Revisa el buzón
a sabiendas de que lo hallará vació. Estoica, lleva aguardando una promesa
desde que vestía su piel el esplendor que la juventud otorga. Como cada mañana,
Soledad, al examinar el frío y yermo receptáculo, reprime el llanto aferrándose
a una esperanza que todos, salvo ella, saben estéril.
21 noviembre 2016
31 octubre 2016
Vuelo rasante por vía uno
No consigo respirar. En cada
aspiración, el aire se queda paralizado a medio recorrido como si, consciente y
por propia voluntad, se negase en rotundo a fluir hacia mis hambrientos
pulmones. Según Atrévete a vivir sin
anestesia, uno de mis sitios web preferidos, bien podría tratarse de
ansiedad producida por estrés, bien podría hallarme en ese momento en que la
vida te pilla de improviso y te zarandea bravía para ponerte en tu sitio. Eso,
o como dice mi madre: «Si te dejaras de tanto interné ese y tanta máquina del demonio, y asomaras el morro a la
calle y conocieras a gente, no parecerías cada vez más un despojo humano. Mi
tesoro». Así que, con esos y otros muchos y avezados consejos acopiados de la
red los últimos meses, no me ha quedado otra que aventurarme a volar y partir
al mundo real en mi propia búsqueda.
No, no soy una persona valiente,
ni mucho menos. Mi periplo, andanza, o espantada, que de las tres cosas hay, no
significarán un cambio radical ni un giro de ciento ochenta grados en mi vida.
No, mi intención es más bien modesta: tantear territorio desconocido, y si eso…
El verano se postra sumiso ante
el inaplazable otoño y la mañana luce lluviosa. Sería esta una ocasión
inmejorable para equiparme con el chubasquero amarillo que me compré online
hace tres años si no fuera porque desde entonces he aumentado, al menos, tres
tallas. Las nueve menos cuarto. En la estación no hay ni un alma. Mejor. Dejo
mi recién estrenada mochila sobre los adoquines del arcén y doy tediosos paseos
de un extremo a otro para hacer, sin demasiado éxito, más corta y llevadera la
espera. Cuando al fin aparece el tren a lo lejos, sufro una fuerte conmoción
interior. Se me antoja una fiera de hechuras hercúleas y su enérgica señal
acústica dentellea mi, ya de por sí, pusilánime ánimo.
Todo yo quiere salir corriendo,
pero ante mi desconcierto, mis pies toman la iniciativa y, acarreando con el
resto del cuerpo, se dirigen ágiles a la escalerilla, la suben y me trasladan
hasta el asiento más próximo a la entrada. No sé si son los nervios, o la
panceta del desayuno, pero comienzo a sentir nauseas. Intento respirar hondo
para tranquilizarme pero los malditos pulmones no se abren. Busco un pañuelo para
quitarme el sudor de la cara y en medio de la maniobra me quedo observando a
una mujer medio joven, medio no tan joven, agraciada en cualquier caso, que
arrastra perdida su mirada por el paisaje llano y baldío que le muestra el
cristal. Intuyo, sin fundamento alguno y al buen tuntún, que su tristeza está
motivada por un desamor. Pobre. Devastador padecimiento debe ser ese. ¿Qué
andaba yo buscando? ¡Ah, sí, el pañuelo!
Me sobresalta un hombre
corpulento que se concreta de la nada y se sienta a menos de medio metro frente
a mí. Este debía estar desayunando en el vagón cafetería. Prefiero pensar eso y
no que acaba de levantarse de un retrete. Hace un gesto tosco con la cabeza y
bufa un «buenas». Embutido en su
deslucido traje, y sin esperar de mí contestación, despliega un periódico
deportivo y lo coloca estratégicamente cubriendo su cabeza para que haga de
parapeto entre ambos. Un gesto, por otra parte, que me alivia sobremanera.
Aunque ahora ya no puedo verla, me ha parecido advertir en su cara un rictus agrio
de amargura condensado de años. No tiene pinta de ser feliz y me da en la nariz
que tampoco debe ser de los que hace felices a los que tiene alrededor. Puesto
que mi avinagrado vecino mantiene bien afianzado el periódico con sus gruesas
manazas delante de mi careto, aprovecho y leo por encima para entretenerme.
¡Increíble! ¿Será verdad? ¿Cinco le han caído al Barça?
¡En mala hora me dejé el iPhone 6
en casa! El primer punto de obligado cumplimiento en la guía definitiva de Viaja hacia dentro, de Atrévete a vivir sin anestesia, rezaba:
«Despréndete de cualquier dispositivo con conexión a internet en esta nueva
etapa de tu mayor y mejor viaje a ti mismo». ¡Ni a mi madre se le hubiese
ocurrido semejante sandez! Siento taquicardia y mi pierna derecha comienza a
moverse descontrolada en un tic nervioso. Intento respirar todo lo profundo que
puedo pero, como me temía, se queda en eso, en intento.
Mareado y casi al borde de un vahído,
advierto un detalle que provoca en mí estupor por lo descabellado. Al fondo del
vagón, una pareja joven parece pelar la pava. Digo bien, parece. Ella,
recostada sobre él, exhibe ufana escotazo mientras ronronea melindrosa a su
oído. Por el brío con el que el pasajero de enfrente se da aire con el catálogo
de Carrefour, diría que, al menos,
los esfuerzos de la chica no caen en saco roto, ya que, simultáneamente, su despegado
acompañante, está más entregado guiñando el ojo y poniendo morritos a mi menda
lerenda.
«Se comunica a los señores
viajeros que el tren efectuará su próxima parada en la estación…».
Aliviado, cruzo de andén para
coger el primer tren en dirección contraria que me lleve de vuelta a casa.
Definitivamente, salir al mundo real de otros ha hecho que me sienta mucho
mejor porque he comprobado que, pese al ostracismo y los kilos de más, no vivo
triste, ni amargado, ni en una mentira.
He dejado de sudar y el obstinado
tic de la pierna ha desaparecido, respiro hondo y el aire irrumpe dócil
dilatando al máximo mis pulmones. ¡Por fin! Saco de la mochila una bolsa extra
grande de Ganchitos y, mientras la
devoro y relamo mis dedos teñidos de naranja, me recreo imaginando las
múltiples respuestas de admiración que recibiré cuando todos lean en el foro
las experiencias vividas en este mi revelador viaje hacia mí mismo, exhortándoles
encarecidamente, eso sí, a no hacer ni puñetero caso a la guía definitiva de Viaja hacia dentro, de Atrévete a vivir sin anestesia.
18 octubre 2016
La estancia
«¿Tienes
hambre? ¡Caza!» Un bramido me arranca del aturdimiento. Impregnado de humedad y
un nauseabundo hedor, escudriño la oscura estancia. Unos ojos centelleantes me
observan delatándose. Me lanzo ávido. Atrapo la larga cola y estampo con fuerza
su cuerpo peludo contra el portillo de la celda. «¡Hoy festín!» Vociferan
burlescos.
16 septiembre 2016
Frío encuentro
Tras un tercer
timbrazo sin respuesta, utilizo las llaves para emergencias. El apartamento
está impecable. Extraño. «Estoy en el arcón», se puede leer escrito en el
espejo del dormitorio. Un presentimiento siniestro eriza mi nuca. Gríseos
cabellos enmarcan una oreja congelada. Súbitamente, a mi espalda, un cerrojo se
desliza despacio.
04 septiembre 2016
En la gloria
Las contraventanas están cerradas
y la casa en penumbra. No sé cuánto tiempo habré pasado al cuidado de Reme, la
hija de Pascual, el boticario. Sé que me sentí indispuesta e insistió en
llevarme a su casa. No recuerdo, pero debieron traerme de vuelta anoche, de lo
contrario habrían dejado todo abierto como a mí me gusta tenerlo, con las
ventanas de par en par para que se solee y airee la casa. Tampoco está fuera mi
silla de enea. Me acomodaré en la bancada de piedra.
No sé qué clase de brebaje me
habrá preparado Pascual, pero no siento un solo dolor, desde zagala no me encontraba
tan bien. Me siento en la gloria. Ni siquiera me molesta la maldita artrosis
que lleva torturándome más de cuarenta años.
Se acerca gente. ¡Ay, Señor,
alguna desgracia ha ocurrido! Reme, Pascual, y prácticamente el pueblo entero,
pasan cabizbajos por delante sin prestarme atención. Quiero preguntarles quién
ocupa el féretro pero, viendo sus caras desencajadas, me contengo. En silencio me
uno al cortejo y emprendo junto a ellos el camino hasta el cementerio.
—¡Qué triste verlo todo tan
cerrado!
—Hicimos todo lo que estuvo en
nuestras manos —se lamenta Reme entre sollozos.
02 septiembre 2016
Escorpión
Aborrece la luz.
Acecha bajo la arena donde la oscuridad reinante y el frío inmutable le ofrecen
refugio. Aguarda impasible evitando el contacto directo. Sus presas, con
frecuencia heridas, deambulan desorientadas por los desiertos farragosos que él
domina. Cazador solitario, urde concienzudo su emboscada hasta clavar, perverso,
su aguijón mortífero.
09 julio 2016
Fin de jornada
Las seis. Puntual, llega el primer autobús de la mañana. Pica
el billete y regala al conductor su última sonrisa. Se desploma sobre el
asiento. Siente que la observan y abotona su blusa. Ya en casa, bajo el cobijo
de las sábanas, sueña que es una mujer como las demás.
26 junio 2016
Descabellada Victoria
—¡Corre! —Soltó sin preámbulos,
casi sin aliento.
Me agarró del brazo y tiró de mí
arrastrándome escaleras abajo hasta detenerse en seco bajo el estrecho
ventanuco que daba al huerto.
—¿Lo ves, Eli? Otra vez está ahí,
te digo que ese monstruo esconde algo —dijo apretando con fuerza mi escuálido
brazo.
Odiaba que Vicki me vapulease a
su antojo. Era cuatro años mayor que yo y desde que llegué al orfanato quiso
adoptarme como su hermana pequeña. Y aunque me cuidaba y protegía, también
hacía conmigo lo que le venía en gana. Las hermanas decían que si todavía
seguía dentro era por su conducta reprobable, que las cosas serían muy
distintas si se amansara y, sobre todo, si dejara de inventarse historias
descabelladas.
El monstruo era el guarda del
orfanato. Un hombre tosco y contrahecho al que Vicki hacía tiempo acristianó
como Quasi. Insistía una y otra vez
que las más pequeñas no eran adoptadas, que tanto él como sor Lorenza, la
directora, aprovechaban el amparo de la noche para llevárselas, asesinarlas, y
sepultar sus cuerpos tras el cobertizo del huerto.
—Claro, por eso la coliflor está
tan asquerosa, porque la abonan con los cuerpos de las niñas que matan—dije
socarronamente liberándome de su sujeción con un brusco movimiento.
Las hermanas me explicaron que
Vicki se inventaba esas historias porque quería llamar la atención. Veía con
frustración cómo las demás niñas eran adoptadas y ella no. Pero la realidad era
que nunca veíamos partir a las que se marchaban. «Es mejor así, las despedidas
crean traumas», afirmaban.
Llegó a escaparse muchas veces,
aunque las hermanas o el guarda pronto daban con ella. Salvo en la última
ocasión, que la trajo de vuelta la policía porque consiguió cruzar el bosque y
llegar hasta la carretera. Ese era el verdadero objetivo de sus fugas, me aclaró,
poder contar a la policía lo que pasaba en el orfanato, y pese a que no la
escucharon con demasiado interés, sí husmearon un rato por la casona e hicieron
algunas preguntas.
—Te puedes reír si quieres, pero
escuché a uno de los policías cuchichear al otro algo sobre una red de tráfico
de órganos de niños.
—Ya, y dime, ¿por qué a nosotras
no nos matan y se quedan con nuestras tripas? —pregunté.
—Porque cuando yo llegué era
demasiado mayor y no les servía. Y porque sabían que si tú desaparecías, yo no
iba a dejar de hacer preguntas.
—¡Vete a la porra! —dije dándole
la espalda para subir de nuevo la escalera.
A la mañana siguiente nos
levantamos con la noticia de que Vicki se había vuelto a escapar. Algo extraño
estaba sucediendo porque ella jamás se iría sin decírmelo antes. Pasaban las
horas y el mutismo sobre su paradero me estaba asfixiando. Sabía que era
absurdo y que me estaba dejando llevar por sus tonterías, pero a la hora de la
siesta me levanté sin hacer ruido y me dirigí directamente hacia las escaleras.
De puntillas, asomada al
ventanuco, observé cómo Quasi merodeaba sudoroso junto al cobertizo portando
una vieja pala en una de sus manos. Mi corazón se desbocó impulsando sangre tan
violentamente que sentí cómo las contracciones golpeaban mis oídos.
—¡A su habitación,
inmediatamente! —La voz de sor Lorenza era neutra pero tajante, y su mirada glacial
atravesándome, demoledora.
Esa noche era la primera vez que Vicki
no dormía a mi lado y me sentía vulnerable. Dormitaba unos minutos y me despertaba
sobresaltada buscando anhelante el bulto de su cuerpo en una cama que siempre
se mostraba vacía.
Sumida en un estado de
duermevela, al límite de abandonar y dejar en suspensión todos mis sentidos,
distingo con espanto dos sombras moverse en la penumbra. Una se detiene y
permanece inmóvil bajo el umbral de la puerta, la otra se desplaza con premura directa
hacia mi cama. La silueta, cada vez más próxima, se va perfilando en mi retina
hasta esbozar una figura colosal y contrahecha que me aborda presionando sobre
mi nariz y boca un pañuelo húmedo y hediondo.
«¡Dios mío, Quasi! Vicki tenía…»17 junio 2016
Principessa
El alba irrumpe por el este.
Gestado en las entrañas sombrías de la noche, el desasosiego se difumina
enredado entre siluetas perfiladas que lo engullen. Animoso, empuja el disco a
medio insertar en el CD. Turandot, de
Puccini, le apasiona. Baja la ventanilla del coche y una ráfaga de aire cálido
revuelve aún más su enmarañado cabello. Todo va sobre ruedas y se siente
eufórico. Por fin, tras muchas vacilaciones e inseguridades, había hecho acopio
del arrojo necesario para encarar sus sentimientos. Ahora ella era toda suya y
viajaba junto a él.
Escucha ruidos y sonríe complacido. Su princesa ha
despertado. Se enciende otro cigarrillo. El olor dulzón a cloroformo perdura en
su mano. Los golpes y gemidos procedentes del maletero arrecian. Algo
contrariado, pero sin mudar el gesto, sube al máximo el volumen de la música.
… ¡All'alba viiiincerò!
¡Vinceròooo! ¡Vinceeeerò!
28 mayo 2016
La mella del olvido
Inerte, evoca un tiempo en el
que lucía cuidados tirabuzones e impolutos encajes. Mañanas inagotables de
juegos, tardes de té y noches cálidas bajo el pequeño, pero férreo, abrazo de
Lucy.
Relegada
entre las sombras del arcón, un permanente abandono acentúa el decrépito en su
mellado armazón de frágil porcelana.
01 mayo 2016
En la distancia
Nadie me preparó para esto. Años
de planificación física, intelectual y emocional. Horas y más horas de estudio
y duro entrenamiento, que ahora no me sirven para nada. Llevo días sin poder
dormir. Angustiado, me asomo a la ventana. ¡Qué hermosa es!
No puedo dejar de mirarla, tan
próxima y distante, tan perfecta y serena. Muchas veces, acomodado en este
mismo rincón, pienso que podría pasar el resto de mi vida sin hacer otra cosa
que contemplarla, aunque, si pudiera, lo haría acompañado de una aromática copa
de coñac y un buen puro habano.
Hoy todo es distinto, hoy me sigue pareciendo condenadamente hermosa, pero ha perdido su hechizo, su influjo, y siento miedo. Tengo un temor atroz ante lo que me espera. La nueva misión para reemplazarme llegará mañana a la estación, y después de meses de vida en paz, no quiero regresar a la Tierra.
Hoy todo es distinto, hoy me sigue pareciendo condenadamente hermosa, pero ha perdido su hechizo, su influjo, y siento miedo. Tengo un temor atroz ante lo que me espera. La nueva misión para reemplazarme llegará mañana a la estación, y después de meses de vida en paz, no quiero regresar a la Tierra.
24 abril 2016
Pies fríos, corazón caliente
Paciente,
espera ver el carruaje del corregidor pasar. ¿Y si hoy le mira? No lo hará.
Nunca lo hace. Pero él sí la verá. Después, embobado, volverá sobre sus pasos esparciendo
con sus pies descalzos los regueros de aguas fétidas de orines que calmarán sus
sabañones. Tal vez mañana… Fantasea.
22 marzo 2016
El tiempo es oro
Llevan horas
revolviéndolo todo y el dinero y las joyas de tía Angustias no aparecen.
Colchones, armarios, cajones. Tras registrarlos, hacen lotes para repartirlos
entre los sobrinos. El carillón del viejo reloj de pie vuelve a tocar los
cuartos. Todos odiaron siempre ese armatoste. Hoy mismo lo arrojarían al
vertedero.
18 febrero 2016
Certidumbres
Está rígida, frente
a él, con los dedos crispados y la piel cerosa. Su cuerpo se descompone, pero
su espíritu jamás le dejará vivir en paz. Receloso, busca alguna señal entre
los pocos que la velan. Da un respingo cuando, Morgana, la gata de su suegra,
salta sobre él bufando.
06 febrero 2016
El juramento
Abandonamos precipitadamente el
cementerio nada más enterrar a mamá y sin esperar a recibir las condolencias de
los pocos que allí acudieron. Papá me pidió que entrara en el coche y me
pusiese cómodo, partíamos a un largo viaje. Me despojé feliz de la americana
que tanto me picaba y hasta me desprendí de los zapatos. Tras interminables
horas de mutismo y tedio, el coche se detuvo frente a una destartalada casa en
ruinas.
Papá dijo que le esperara dentro del
coche, ya que no tardaría en volver. Le desobedecí. Entré sigiloso en aquel
lugar fantasmal sin ventanas ni techos y con las paredes ennegrecidas de
hollín. Escuché voces susurrantes y gemidos lastimeros. Me quedé inmóvil sobre
la alfombra de papeles viejos y escombros que tapizaban el suelo y, apoyado en
la tiznada pared, intenté descubrir qué significaba todo aquello y qué
estábamos haciendo allí.
Fue entonces cuando, pese a hablar
entre sollozos, la voz de mi padre sonó rotunda. «Ya está hecho, Isabela, mi
amor. Esa maldita mujer nunca más volverá a amenazarme con quemar vivo a
nuestro hijo, como hizo contigo en esta casa, si me apartaba de su lado. He
cumplido el juramento que te hice. Ahora es toda tuya».
Fotografía: © Arthur
Tress
02 febrero 2016
El columpio
Dani está
triste. Desde que se cayó, nadie quiere jugar con él en el parque. Todos miran
pero nadie se acerca.
Agarrando
fuertemente las pequeñas manitas de sus hijos, las madres contemplan, atónitas,
cómo el asiento vacío del columpio se balancea en un vaivén incesante.
Dani, triste,
vuelve a impulsarse.
31 enero 2016
Virtudes
“Mi dulce Azucena, temo que estas
letras que hoy escribo con el corazón maltrecho nunca lleguen a vuestro
encuentro. La misiva que en mi nombre os hicieron llegar, y en la que os
muestro grande menosprecio y desaire, silenciaba, entre su bruna tinta, el
deseo y amor sincero que por vos siente mi espíritu.
Pensar que al posar por vez primera
vuestros convulsos labios sobre los míos padecí gran desazón. Hoy, evocar el
roce tenue de vuestros dedos despertando mi incólume y virginal carne me excita
y hace enardecer con frenesí mis anhelos.
¡Oh, mi dulce Azucena! Cuán
desmedido es el desasosiego que me atora y que viaja ligado a mí ahogándome en
la desdicha, pues conforme el ferrocarril avanza, mayor es mi tormento.
Culpable me siento y soy. ¿Acaso no
fui yo con mi embrujo, como me reprochasteis, la causa de vuestra perdición? Y
así y todo se me antoja que, de no habernos importunado madre, vos me hubieseis
instruido diestra hasta explorar cobijos tan gozosos como ignotos para mí.
Mi avezada institutriz, que en edad
me dobláis, no permitáis que mis principiados quince años os desvelen pues, a
pesar de que marcho a cumplir forzadas nupcias como escarmiento y en prevención
de males mayores, como así demanda padre, cuando menos lo esperéis me hallaréis
de regreso, pues mi palabra os doy de que jamás mis pensamientos se apartarán
de vos.”
Exánime, alzo el plumín del papel
extraviando tras los fríos cristales la atribulada mirada. Fregeneda. Unas
grandes letras azules sobre azulejos blancos en la fachada frontal de la
estación me anuncian el final del trayecto.
Con profusa desidia desciendo las
escalerillas e, indolente, permanezco en el arcén a la espera de recibimiento.
Al retomar el ferrocarril su marcha, una nubosidad me atrapa y oculta hasta
evaporarse perezosa. Como emergiendo de un lance onírico, unos sublimes ojos se
manifiestan encauzándose candorosos a mi encuentro. ¿Acaso por ventura la vida
me ha abandonado y un celestial querubín acude en mi amparo? ¡Cuán prodigiosa
perfección, beldad y primor en tan púber damisela!
—Disculpad a mi hermano por no
acudir a recibiros, mas han sido tan precipitados los acontecimientos que, aun
hallándose lejos de montería, presuroso está en retornar para reunirse con vos.
Hasta entonces, a mí han sido encomendados vuestro acomodamiento y contento.
Confío que la puerilidad de mis trece años no os cause motivo de contrariedad.
Mi nombre es Lorena y vos debéis ser Virtudes.
—Así es, mi querida Lorena, pero no
os inquietéis, mas por el contrario, auguro entre nosotras un inmejorable y
placentero entendimiento. ¿Os gustan los juegos?
Me dejo guiar asida de su brazo
hasta el interior de la estación donde una gran chimenea atenúa el frio
adherido en los huesos de los destemplados viajeros. Me arrimo por unos
segundos a ella y regreso con exquisitos movimientos atildados adueñándome
nuevamente de su brazo. Mientras nos alejamos entre cucamonas, la carta que ya
nunca llegará al encuentro de la dulce Azucena, crepita furiosa entre las
llamas.
25 enero 2016
Una decisión precipitada
Asomada a la ventana le
vio llegar y aparcar cinco pisos más abajo. Habían quedado para hablar. Era una noche inclemente de invierno y la calle estaba desierta. Él
esperaba en el interior del coche con los faros encendidos. Ella acudió precipitada a su encuentro atravesando el parabrisas y cubriéndole de cristales. Ya estaba todo dicho. En su rostro silente, una mueca y una mirada indiferentes así lo sentenciaban.
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