Asomada a la ventana le
vio llegar y aparcar cinco pisos más abajo. Habían quedado para hablar. Era una noche inclemente de invierno y la calle estaba desierta. Él
esperaba en el interior del coche con los faros encendidos. Ella acudió precipitada a su encuentro atravesando el parabrisas y cubriéndole de cristales. Ya estaba todo dicho. En su rostro silente, una mueca y una mirada indiferentes así lo sentenciaban.
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