06 febrero 2016

El juramento

Abandonamos precipitadamente el cementerio nada más enterrar a mamá y sin esperar a recibir las condolencias de los pocos que allí acudieron. Papá me pidió que entrara en el coche y me pusiese cómodo, partíamos a un largo viaje. Me despojé feliz de la americana que tanto me picaba y hasta me desprendí de los zapatos. Tras interminables horas de mutismo y tedio, el coche se detuvo frente a una destartalada casa en ruinas.
Papá dijo que le esperara dentro del coche, ya que no tardaría en volver. Le desobedecí. Entré sigiloso en aquel lugar fantasmal sin ventanas ni techos y con las paredes ennegrecidas de hollín. Escuché voces susurrantes y gemidos lastimeros. Me quedé inmóvil sobre la alfombra de papeles viejos y escombros que tapizaban el suelo y, apoyado en la tiznada pared, intenté descubrir qué significaba todo aquello y qué estábamos haciendo allí.
Fue entonces cuando, pese a hablar entre sollozos, la voz de mi padre sonó rotunda. «Ya está hecho, Isabela, mi amor. Esa maldita mujer nunca más volverá a amenazarme con quemar vivo a nuestro hijo, como hizo contigo en esta casa, si me apartaba de su lado. He cumplido el juramento que te hice. Ahora es toda tuya».

Fotografía: © Arthur Tress

2 comentarios:

  1. Tremendo relato. Me ha dejado sin palabras. Insuperable, creo. Un abrazo, artista.

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  2. Muchas gracias, María José. Un beso enorme.

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