«¿Tienes
hambre? ¡Caza!» Un bramido me arranca del aturdimiento. Impregnado de humedad y
un nauseabundo hedor, escudriño la oscura estancia. Unos ojos centelleantes me
observan delatándose. Me lanzo ávido. Atrapo la larga cola y estampo con fuerza
su cuerpo peludo contra el portillo de la celda. «¡Hoy festín!» Vociferan
burlescos.
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