01 diciembre 2014

La breve transformación del doctor Tena

Andrés Tena Pulido, el doctor Tena, trabajaba en el hospital desde hacía más de ocho años. Fue el primer miembro de su familia que pudo obtener un título universitario. Tras el bachillerato, a pesar de ser muy buen estudiante, su padre ya le tenía preparado un puesto de trabajo junto a él en los astilleros. No se podían permitir que el chico estudiara.
Pero Andrés, a falta de recursos y oportunidades, contaba con algo mucho más importante, su vocación por la medicina. Y esa vocación le empujó y dirigió sus pasos hacia la facultad. Trabajaba media jornada descargando camiones y el resto de su tiempo lo dedicaba al estudio. Repartiéndolo entre la facultad y la biblioteca donde tenía acceso gratuito a los libros.  Salir y conocer chicas, ni lo contemplaba. Todo ese esfuerzo tuvo su merecida recompensa.
El doctor Tena tenía fama de excéntrico. Arisco, impuntual y caótico, siempre desorganizaba el guion o plan de cuidados preparado por enfermería para los pacientes. Hasta que un día, de repente, todo cambió. Cada mañana aparecía antes de su hora, dicharachero y oliendo a perfume. Pasó a ser la comidilla de la planta. Todos sospechaban que Tena se había enamorado e intentaron tantearle para averiguar de quién, sin obtener ningún éxito.
Desde hacía días guardaba en el bolsillo de su bata blanca unos pendientes de filigrana en oro que había comprado en la mejor joyería de la ciudad. Pensaba regalárselos a la mujer que le había robado el corazón. No se atrevió y, la atractiva hija del paciente de la cuatrocientos veinticuatro, lo único que llegó a recibir de manos del doctor Tena fue el informe de alta de su padre.
A la mañana siguiente no hubo puntualidad, ni locuacidad, ni varoniles perfumes. Tras tres semanas, el caos volvió a la cuarta planta.



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