Sus ojos
vidriosos se posaban sobre cada uno de los detalles existentes en aquel recinto
desconocido. Todo era irreconocible para ella y estaba asustada. Su hijo y su
nuera le explicaban con inusitado entusiasmo las muchas maravillas de aquel
lugar. Intentó seguir sus explicaciones hasta que dejó de oírles. Solo veía
cómo movían sus bocas como muñecos. No tardaron en marcharse dejándola allí,
con una mirada suplicante en el rostro y una sensación de soledad aterradora.
Domingo se fijó
en ella nada más verla en recepción. Después de la merienda le gustaba darse un
paseito por el jardín. Estaba cuidado con esmero y era espacioso, aunque tenían
prohibido el acceso a algunas zonas.
Conocía muy
bien la desesperación que debía estar sufriendo aquella mujer de bellos pero
afligidos ojos. Quiso tranquilizarla haciendo una inclinación de cabeza como si
se quitara el sombrero a modo de saludo pero ella desvió bruscamente su mirada
hacia otro lado. Los primeros días serían los peores, después llegaría a
considerar todo aquello como su hogar. Como les había sucedido a todos.
Adela tardó en
integrarse. Pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación sin otro esparcimiento
que mirar por la ventana. Consiguió enfadar a los médicos ante su confinamiento
y su negativa a participar en las actividades programadas.
Un cartel obró
el milagro. Anunciaban, un año más, el concurso de bailes de salón. Adela
adoraba el baile. Ante la sorpresa generalizada, se inscribió abandonando al
fin su aislamiento. Domingo hacía décadas que no bailaba pero igualmente se
apuntó y no paró hasta que consiguió que le asignaran a Adela como compañera.
Ese año no pudo
ser pero, sí ganaron otros. Adela y Domingo, además de pareja de baile, se
convirtieron en una feliz pareja de enamorados, colmando así de luz su ya crepuscular
existencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario