15 diciembre 2014

Luz crepuscular

Sus ojos vidriosos se posaban sobre cada uno de los detalles existentes en aquel recinto desconocido. Todo era irreconocible para ella y estaba asustada. Su hijo y su nuera le explicaban con inusitado entusiasmo las muchas maravillas de aquel lugar. Intentó seguir sus explicaciones hasta que dejó de oírles. Solo veía cómo movían sus bocas como muñecos. No tardaron en marcharse dejándola allí, con una mirada suplicante en el rostro y una sensación de soledad aterradora.
Domingo se fijó en ella nada más verla en recepción. Después de la merienda le gustaba darse un paseito por el jardín. Estaba cuidado con esmero y era espacioso, aunque tenían prohibido el acceso a algunas zonas.
Conocía muy bien la desesperación que debía estar sufriendo aquella mujer de bellos pero afligidos ojos. Quiso tranquilizarla haciendo una inclinación de cabeza como si se quitara el sombrero a modo de saludo pero ella desvió bruscamente su mirada hacia otro lado. Los primeros días serían los peores, después llegaría a considerar todo aquello como su hogar. Como les había sucedido a todos.
Adela tardó en integrarse. Pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación sin otro esparcimiento que mirar por la ventana. Consiguió enfadar a los médicos ante su confinamiento y su negativa a participar en las actividades programadas.
Un cartel obró el milagro. Anunciaban, un año más, el concurso de bailes de salón. Adela adoraba el baile. Ante la sorpresa generalizada, se inscribió abandonando al fin su aislamiento. Domingo hacía décadas que no bailaba pero igualmente se apuntó y no paró hasta que consiguió que le asignaran a Adela como compañera.
Ese año no pudo ser pero, sí ganaron otros. Adela y Domingo, además de pareja de baile, se convirtieron en una feliz pareja de enamorados, colmando así de luz su ya crepuscular existencia.


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