08 diciembre 2014

¡Sorpresa!

Ed llevaba varios meses viviendo en Chicago por trabajo. Quería a Jeremy y la distancia le había empujado con mayor decisión a querer formalizar su relación. Ya habían hablado de boda pero sin ponerse de acuerdo. Jeremy quería celebrarla en Las Vegas y él, en Chicago. La sorpresa de Jeremy iba a ser grandiosa cuando se presentase en Nueva Orleans con dos billetes de avión destino a Las Vegas.
El albornoz beige fue lo primero que vio Ed nada más llegar. Tirado sobre el suelo, parecía un animal atropellado en medio del pasillo. Jeremy era un encanto pero, también, un auténtico desastre. El apartamento estaba desordenado. Desordenado y vacío. Durante seis horas estuvo esperando a Jeremy en vano. Su teléfono estaba abandonado sobre el lavabo y nadie sabía nada de él. Se lo había tragado la tierra. Con un ataque de ansiedad, Ed se presentó en comisaría.
Hasta pasadas cuarenta y ocho horas no darían curso a la denuncia por desaparición. Ed no entendía esa inoperancia y totalmente alterado increpó a la policía. Hasta ese momento, nunca antes había pasado una noche en el calabozo.
Jeremy acababa de salir de la ducha cuando sonó su teléfono. Llevaba días esperando esa llamada. Por fin accedían a venderle el antiguo surtidor de gasolina que Ed tanto deseaba. Sin pensárselo dos veces, alquiló una furgoneta y, a toda prisa, dejó Nueva Orleans por la Interestatal 55 rumbo a San Luis.
Tras pasar la noche en San Luis y, con el surtidor cargado en la furgoneta, Jeremy siguió por la 55 dirección a Chicago. A través de Internet había hecho todos los preparativos para la boda. Le pediría matrimonio y se casarían en Chicago como quería Ed. Estaba deseando llegar para ver su cara. La sorpresa de Ed al verle iba a ser grandiosa.


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