—¡Buenos días! ¿Ya estás levantado?
Vamos a ver, ¿cuántas veces te he dicho que en cuanto salgas de la cama te
pongas la bata? No faltaba más que te cojas una pulmonía. Mira, ¿ves?, aquí la
tienes bien cerquita, encima de la butaca. ¿Te la pondrás?
—Sí.
—Muy bien. Otra cosa. Cuando
necesites ir al baño por la noche, no hace falta que me llames. Sabes que todas
las noches te dejo enchufado el pilotito de la luz para que puedas ver. Si
quieres hacer pis, te levantas, te pones la bata y te vas solito al baño, ¿lo
harás?
—Sí.
—¿Se te pasó el dolor de estómago?
—Sí.
—¿Y no será que como había coliflor
para cenar te buscaste una excusa para no tener que comerla? Me da a mí que tú
tienes más cuento que Calleja. Ale, pues ya estás lavado y peinado. Ahora a
vestirse. Si te pones la camisa y los pantalones yo te los abrocho, ¿quieres?
Los calcetines y los zapatos te los pones tú que sabes hacerlo muy bien. ¿Ves
qué bien? Ya solo queda la bufanda y el abrigo. Así, bien cerradito para que no
se cuele el fresco. Sé que no te gusta ponerte los guantes pero como hoy hace
mucho frío te los meto en los bolsillos del abrigo por si te hacen falta. ¿Te
acordarás que están ahí si tienes frío?
—Sí.
—Fantástico. ¿Has oído el timbre?
¡Vamos, corre, que ya está aquí el autobús!
—Buenos días, señora. ¡Buenos días,
Rafael! ¿Preparado?
—Sí.
—Buenos días, como siempre ustedes
tan puntuales. Bueno, pues ya hasta la tarde. Pásalo bien en el centro. Adiós,
papá, te quiero.
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