10 noviembre 2014

Entre brumas

—¡Buenos días! ¿Ya estás levantado? Vamos a ver, ¿cuántas veces te he dicho que en cuanto salgas de la cama te pongas la bata? No faltaba más que te cojas una pulmonía. Mira, ¿ves?, aquí la tienes bien cerquita, encima de la butaca. ¿Te la pondrás?
—Sí.
—Muy bien. Otra cosa. Cuando necesites ir al baño por la noche, no hace falta que me llames. Sabes que todas las noches te dejo enchufado el pilotito de la luz para que puedas ver. Si quieres hacer pis, te levantas, te pones la bata y te vas solito al baño, ¿lo harás?
—Sí.
—¿Se te pasó el dolor de estómago?
—Sí.
—¿Y no será que como había coliflor para cenar te buscaste una excusa para no tener que comerla? Me da a mí que tú tienes más cuento que Calleja. Ale, pues ya estás lavado y peinado. Ahora a vestirse. Si te pones la camisa y los pantalones yo te los abrocho, ¿quieres? Los calcetines y los zapatos te los pones tú que sabes hacerlo muy bien. ¿Ves qué bien? Ya solo queda la bufanda y el abrigo. Así, bien cerradito para que no se cuele el fresco. Sé que no te gusta ponerte los guantes pero como hoy hace mucho frío te los meto en los bolsillos del abrigo por si te hacen falta. ¿Te acordarás que están ahí si tienes frío?
—Sí.
—Fantástico. ¿Has oído el timbre? ¡Vamos, corre, que ya está aquí el autobús!
—Buenos días, señora. ¡Buenos días, Rafael! ¿Preparado?
—Sí.
—Buenos días, como siempre ustedes tan puntuales. Bueno, pues ya hasta la tarde. Pásalo bien en el centro. Adiós, papá, te quiero.

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