11 junio 2014

Pérdidas

Hacía un par de días que habían montado la terraza y decidió sentarse fuera a desayunar. Unos ladridos violentos y pertinaces le hicieron levantar la vista del periódico. Fue la primera vez que la vio. Llevaba ropa deportiva y caminaba a buen paso. La siguió con la mirada hasta que la perdió de vista y no volvió a acordarse de ella.
A la mañana siguiente, la casualidad quiso que el brusco frenazo de un conductor le sacara de su lectura y sus ojos se encontraron de nuevo con aquella delicada mujer. Desde entonces, como si de un ritual se tratara, espera impaciente a que den las diez. El que tenga o no un buen día depende de que la vea o no pasar. Muchas veces fantasea con provocar algún tipo de contacto con ella. Nunca se atreve.
Dos meses de desazón y hoy, por fin, está resuelto a hablar con ella. Se dirige caminando en sentido contrario para hacerse el encontradizo pero algo inesperado le hace cambiar de acera a pocos metros del encuentro. Su amada aparece como casi todos los días, con su coleta alta oscilando, su ropa deportiva, su paso ligero y…, un hombre bromeando y riendo a su lado que, en un arranque, la para en seco y la besa.
Afligido, entra en el bar, saca un paquete de tabaco de la máquina y sale a la terraza. Se enciende un cigarrillo, aspira una interminable y aliviadora calada y se queda con la mirada fija en el infinito. La ha perdido antes de llegar a tenerla. Mira largamente el cigarrillo, hace quince meses que dejó de fumar, se encoge de hombros y, derrotado, se lo lleva nuevamente a los labios.




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