04 junio 2014

Matrioska rota

Como tantas otras chicas de su edad, Verusha tenía grandes sueños. Destacaba por su carácter dulce y su singular belleza. Desde niña quiso ser actriz, pero el haber nacido en un lugar perdido como Sludka poco ayudaba a sus aspiraciones. Aun así, sabía que más tarde o más temprano abandonaría aquel asfixiante pueblo y recorrería medio mundo. No, recorrería el mundo entero.
Y el milagro sucedió. Una noche, mientras bailaba con sus amigas en la discoteca, conoció a Yakov. Él le habló de París, de lo fácil que resultaba allí abrirse paso en el mundo de la interpretación y de lo mucho que gustaría una chica tan especial como ella. Triunfaría seguro.
Recuerda el entusiasmo con el que se subió a aquel autobús. Desde los asientos traseros podía apreciar cómo Sludka menguaba todavía más y quedaba definitivamente atrás. Por fin, viajaba rumbo a sus sueños.
Nunca llegó a París. Aunque hace tiempo optó por someterse a las órdenes y caprichos de Yakov y los demás proxenetas, cada vez que un repugnante cerdo la monta, Verusha se acurruca bajo la ventana enrejada del abyecto cuartucho donde la mantienen retenida y rompe a llorar. Ya nunca será la misma. Como una muñeca rusa, se envuelve día tras día de una gélida coraza que la ha convertido en una devastada matrioska de hormigón donde, capa a capa, arropa y protege en su interior lo poco que todavía queda de ella.
Verusha abdicó de sus pretenciosas aspiraciones en el mismo instante en que su viaje murió en aquel inhóspito club de carretera. Hoy solo desea sobrevivir y, quizás, poder volver algún día al pequeño Sludka.



2 comentarios:

  1. Tiene mucha fuerza por real. Está muy bien relatad y muy bien descrita Verusha.

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  2. Muchas gracias, Maite. Me alegra verte por aquí, estás a todas. :) Un beso.

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