Ronca a su lado
despreocupado. Irradia una perversa oscuridad que les envuelve. Le ha pedido
que se marche. No hay terceras personas, simplemente quiere estar solo. Eso dice.
Él nunca ha sabido estar solo y ella lo sabe. Es su tercera mujer y sospecha
que pronto habrá una cuarta. Después vendrá una quinta.
Con la mirada pétrea
adherida a ningún sitio, fantasea. Podría levantarse, ir a la cocina, coger un
cuchillo y clavárselo tantas veces como mentiras le ha contado. Amanece. Antes
de irse echa una última mirada a la cama. No se ha levantado. Ni se levantará.
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