Es un hombre
afable y de buen carácter. Solo hay una cosa que le saca de sus casillas, y es
que le arrebaten de sus sueños de forma abrupta. Y aquí, en la Modelo, todos reconocemos al instante
cuándo ha tenido uno. Por eso, si le vemos aparecer con la mirada perdida y
cuajada de esperanza, sabemos que debemos dejarle seguir soñando hasta que
regrese paulatinamente y sin prisa a la realidad.
Realiza sus
tareas como un autómata hasta que llega la hora del patio. Sale sereno, cierra
sus octogenarios ojos, levanta la cabeza y saluda al sol. Despacio, se dirige
hasta la bancada de piedra y allí, tumbado boca arriba, rememora. En este
sueño, como en todos los demás, él no es él, vive la vida de otra persona, una
vida ajena.
Aquella mañana,
mientras sueña, un rumor se propaga vertiginoso llegando a todos los rincones.
A Pere Barrat, conocido como Perico el de
los barrotes, le dejan en libertad.
La algarabía es
mayúscula. Los novatos no entienden nada. No entienden que ante aquella gran
noticia los más veteranos se muestren tan hostiles con los funcionarios, abucheando,
silbando y pateando.
Y es que los
novatos no saben que existe una leyenda que asegura que antes de que se
levantaran los muros de aquella prisión, Perico
ya vivía en ella. Que a Perico la
suerte, la buena, le dio la espalda incluso antes de nacer y tuvo que
ingeniárselas desde chiquillo. Que en el exterior, dejará de soñar con otras vidas
dichosas para tener pesadillas con la suya propia. Que, justamente por ser una gran
persona, no merece que le dejen libre y
desamparado. Y es que los novatos no saben que, Perico el de los barrotes, se ha ganado el derecho a vivir y morir
en su único hogar.
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