15 mayo 2014

El soñador de la Modelo

Es un hombre afable y de buen carácter. Solo hay una cosa que le saca de sus casillas, y es que le arrebaten de sus sueños de forma abrupta. Y aquí, en la Modelo, todos reconocemos al instante cuándo ha tenido uno. Por eso, si le vemos aparecer con la mirada perdida y cuajada de esperanza, sabemos que debemos dejarle seguir soñando hasta que regrese paulatinamente y sin prisa a la realidad.
Realiza sus tareas como un autómata hasta que llega la hora del patio. Sale sereno, cierra sus octogenarios ojos, levanta la cabeza y saluda al sol. Despacio, se dirige hasta la bancada de piedra y allí, tumbado boca arriba, rememora. En este sueño, como en todos los demás, él no es él, vive la vida de otra persona, una vida ajena.
Aquella mañana, mientras sueña, un rumor se propaga vertiginoso llegando a todos los rincones. A Pere Barrat, conocido como Perico el de los barrotes, le dejan en libertad.
La algarabía es mayúscula. Los novatos no entienden nada. No entienden que ante aquella gran noticia los más veteranos se muestren tan hostiles con los funcionarios, abucheando, silbando y pateando. 

Y es que los novatos no saben que existe una leyenda que asegura que antes de que se levantaran los muros de aquella prisión, Perico ya vivía en ella. Que a Perico la suerte, la buena, le dio la espalda incluso antes de nacer y tuvo que ingeniárselas desde chiquillo. Que en el exterior, dejará de soñar con otras vidas dichosas para tener pesadillas con la suya propia. Que, justamente por ser una gran persona, no merece que le dejen libre y  desamparado. Y es que los novatos no saben que, Perico el de los barrotes, se ha ganado el derecho a vivir y morir en su único hogar.


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