07 mayo 2014

Alas y quebrantos

La mala suerte se cebó con nosotros. Los primeros años nos sacudió con toda su virulencia y conforme avanzaba el tiempo, nos fue cubriendo y meciendo sigilosa con su abrazo espeso y letal. Lo que empezó como un inocente juego, se convirtió en un turbio modo de vida que, a algunos, nos superó.
Un brutal e inesperado accidente de coche arrancó de cuajo las jóvenes ilusiones de nuestro guitarra y amigo de la infancia, Canito. Pese a la fatalidad y al dolor, buscamos un nuevo integrante y nos mantuvimos firmes con la mirada puesta en nuestro sueño común.
Estrenamos década, la de los ochenta, con ánimos renovados. Conseguimos grabar nuestro primer disco en uno de los mejores estudios de grabación de la ciudad. Como portada, una fotografía en blanco y negro de los cuatro vestidos con americana y corbata pero con aire informal. ¡Dios, cómo nos reímos en aquella sesión de fotos! Aunque es verdad que el resultado final, con aquellas caras tan serias, pareciera sugerir lo contrario.
El éxito fue fulminante. Sin apenas promoción, nos llovían los contratos. Nuestra nueva y seductora vida se limitaba a montar, probar, tocar y desmontar cada día en un lugar distinto y, por lo general, distante. Vivíamos en la carretera la mayor parte del tiempo. Fue esa misma carretera la que pocos años después nos volvió a arrebatar a uno de los nuestros.
Pero aquellos años de gloria entornaron una puerta a un oscuro abismo que yo traspasé. Alguien me dijo en una ocasión que a los ángeles encarnados termina destruyéndoles su propia sensibilidad. Enraizado en mi fragilidad, sucumbí ante falsos cantos de sirena que me malearon debilitando mis alas hasta que una negra noche, en un negro portal de un negro callejón, un último caballo plateado trotó desbocado por mis venas, quebrándolas.


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