Con una mirada derriba las
barricadas que construyo para poder conquistarme y consigue que me abandone al
cobijo de su cuerpo, temblando de frío al notar su calor, estrechándole fuertemente
como un amante inseguro que teme no gozar de un nuevo encuentro.
Me mira a los ojos y me llena de
sonrisas; tan cálidas y sinceras que me producen vértigo, pero sonrío exultante
junto a él. Me mira a los ojos y me llena de besos; sus labios húmedos me
recorren ávidos de deseo, anhelantes por no perder ni un centímetro, ni un posible
recoveco inexplorado por otros labios. Me mira a los ojos y me llena de
caricias; sus manos se deslizan por mi cuerpo apremiante lamiéndome como
sábanas de satén, haciéndome gemir de placer. Me mira a los ojos y me llena con
total rotundidad, proporcionándome por unos instantes un sabor a dicha que le
otorga una tregua en el desierto en el que solo existo yo. Me mira a los ojos y
sabe que, cuando deje de hacerlo, regresaré a las trincheras y, una vez más,
tendrá que rendir mis defensas.
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