22 enero 2014

Osadía

“Mi joven y muy querido Francesco:

Ante todo, quisiera dejar patente mi desazón al no recibir noticias vuestras. Son ya cinco las semanas que anhelo unas breves letras de vos que nunca llegan.

Como bien sabéis, continúo mi estancia en Roma desesperado y a los caprichos del papa León X, que sigue sin apreciar como se merecen mi arte y experiencia. Está obsesionado con la finalización y remate de las obras de la impresionante Basílica papal de San Pedro que ya empezara su antecesor, y para lo que, tanto uno como el otro, recurrieron a Rafael de Urbino, Buonarroti, Bramante o Bernini, despreciando con total desfachatez la extraordinaria aportación que, a buen seguro, yo podría ofrecer.

Bounarroti ya ha finalizado la realización de los frescos que decoran la bóveda de la Capilla Sixtina. Sin duda, una obra magistral la del florentino que, por otra parte, y en buena hora, ha hecho desaparecer por los siglos de los siglos ese despropósito de fondo azul brillante con estrellas doradas que D´Amelia realizó sin acierto con anterioridad. Ha sido una empresa majestuosa, ciertamente, tanto por su dificultad de ejecución como por su gran envergadura. Empresa que bien hubiese podido acarrear yo, ya que la negativa a aceptar el encargo de Bounarroti en un principio fue rotunda. Y aun cuando por todos era bien conocido el mal entendimiento que existía entre Michelangelo y Julio II, debido al mal carácter del primero y a la poca formalidad en el pago del segundo.

Puesto ya en antecedentes sobre el trabajo de alguno de mis colegas, quisiera haceros partícipe de mi nueva travesura. Ya sabéis que los encargos que recibo de León X son insultantemente modestos para la inmensa carga de proyectos a ejecutar en esta bella ciudad; en estos momentos mi tiempo lo ocupa el estudio sobre un proyecto para el drenado de las Lagunas Pontinas, acción que desempeño con renovada ilusión pues ya conocéis mi amor por la ingeniería, y con mayor razón si se trata de la hidráulica.

En mi última conversación con el pontífice, al que reproché agriamente su falta de confianza en mi capacidad artística, me tachó, delante de varios cortesanos, de artista poco fiable, inestable y tardo en el cumplimiento de mis obras. ¡Habrase visto mayor osadía! Ofensa que, entenderéis, no dejaré perder en el olvido. Y ha sido entre cachivaches y bocetos, mi joven pupilo, cuando se me ha ocurrido la respuesta apropiada a su desmesurada insolencia e ignominia. Voy a hacerle, con total diligencia, un regalo envenenado al papa León.

Voy a pintar para nuestro pontífice la más bella Madonna, sobre, aquí despunta mi venganza, un autorretrato de este artista inestable e incumplidor. Un autorretrato en el que reflejaré en mi expresión y mirada, todo el desprecio y aversión que siento hacia él. De este modo, cuando admire su Madonna, yo estaré ahí, detrás de ella, conminándole a perderse por siempre en los sórdidos tormentos del infierno, lugar en el que, a buen seguro, se hallará como pez en el agua. Desconozco el tiempo que me tomará llevar a cabo dicho presente, lo que si os aseguro es que, una vez finalizado, hará las delicias de su santidad… y las mías.

Deseando que vuestra estancia en Milán sea lo más breve posible con el fin de poder disfrutar nuevamente de su joven compañía, se despide ansioso su maestro y amigo,

Leonardo.”


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