—¿Cuándo
pensabas decírmelo?
—No lo sé,
Darío, es posible que… nunca.
—¿Cómo? No
entiendo nada, de verdad que no entiendo nada ¿Te burlas de mí, dime, Inés, te
estás burlando de mí?
—No, no es
eso.
—Llevamos,
cuánto ¿seis años intentándolo? Siempre quisimos formar una familia, tú la
primera. Nos hemos dejado una pasta en médicos privados para que pudieras
quedarte embarazada y ahora, cuando por fin lo estás…
—No voy a
tener a esa criatura. Todo esto ha sido un gran error.
—¿Un gran
error? Alucino contigo. Tú como siempre en tu línea, a tu puñetera bola. ¿Qué
más quiere la señora, eh? Lo has tenido siempre todo. Tenemos una casa
estupenda, un trabajo que nos permite vivir a todo tren y gozar de todos
nuestros caprichos. Una vida en pareja perfecta. Lo único que nos falta para
tenerlo todo es un hijo… ¡Un gran error!
A quien se lo cuente… ¿Qué piensas hacer entonces?
—Ya te lo he
dicho, no tenerlo. Así que, por favor, déjame tranquila.
—Perfecto.
Me parece perfecto. Piénsatelo bien, porque como decidas deshacerte del niño, estarás
también deshaciéndote de mí. Me largaré y no volverás a saber de mí nunca más.
—Darío…, haz
lo tengas que hacer.
No esperé a que cumpliera su amenaza. Fui yo quien
recogió sus cosas y se marchó. Me mudé no solo de casa sino también de país.
Hoy vivo plenamente feliz junto con mi amor. Un amor sin interferencias. Solos
yo y mi maravilloso “gran error”, al que puse de nombre Saúl y ya ha comenzado
a dar sus primeros pasos.
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