El depredador escoge a su víctima y la asedia
hasta que la confunde, es entonces cuando aprovecha para atacar sin piedad.
Atrás deja como un grotesco despojo su botín y, mientras, satisfecho y sin
escrúpulos, sigue adelante con su despiadada cacería.
No confiaba en ganar la pieza, pero su tiro fue
certero. Si no hubiese estado allí en ese fatídico momento. Si hubiese seguido
mi intuición y mi camino, ahora no colgaría como un sórdido trofeo en su
arrogante y desmesurado ego. Cometí un error y hoy, abatida y humillada, no
puedo hacer más que ver cómo sangra la herida.
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