Descienden
a través de frágiles escaleras hacia los pozos infinitos. Reptan a oscuras por
agujeros claustrofóbicos hasta donde nadie más puede llegar. Trece horas
después, la tierra regurgita pequeños cuerpos entumecidos por la humedad. En
sus infantiles rostros tiznados, miradas marchitas desvelan que, un día más, no
están para juegos.
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