Cierro los ojos
en un conmovido deseo por elevarme a la cúspide del placer. Henchido el pecho,
me recreo saboreando cada uno de sus movimientos colmados de virtuosismo.
Rebosante de gozo, enjugo lágrimas que escapan en el preciso instante en que
sus dedos dejan de tocar y el piano enmudece.
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