07 julio 2015

Apogeo y colapso de una estrella

Desearía que el tiempo se curvara sobre sí mismo para poder volver atrás. Justo antes de conocerle. Ella entonces era dueña plena de su propia existencia. Su espíritu ondulaba en un confortable estado de calma chicha que, debido a un efecto espejo, reflejaba su luz interior haciéndola resplandecer. Todo parecía tener sentido. Se hallaba fuerte y, aunque no sabía bien lo que quería, al menos ya sí sabía lo que no. Esa seguridad y aplomo le proporcionaba irresistibles destellos magnéticos. Disfrutaba de un periodo de autocomplacencia y despreocupación y, eso, le pasó factura.
La noche que la abordó, la de su cuarenta cumpleaños, ella brillaba como pocas veces lo había hecho. Junto a su grupo de amigas, salieron dispuestas a “quemar la noche”. Hasta con una bata de guata hubiera estado bella pero, ataviada con aquella sugestiva minifalda, regalo de sus amigas, estaba realmente radiante.
Él, un hombre inseguro y veleidoso, cada mañana se enfunda en un ropaje de arrogancia y artificio que, a fuerza de acomodarse, se le ajusta como una segunda epidermis. Embarcado en su largo champán, camuflado al vaivén inestable de sus aguas turbias, navega buscando estrellas rutilantes como si un astrolabio imaginario le guiase certero hasta ellas.
Captó su luz. Por un corto espacio de tiempo hizo aumentar su luminosidad hasta que, como a una supernova, la colapsó ocasionando su debilitamiento y total extinción. Alteró su esencia originando un agujero negro que desde entonces solo arrastra hacia sí, desconsuelo y amargura.


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