Golpean la puerta. En el interior la
atmósfera es limpia y soleada, se respira armonía, serenidad. Aporrean de
nuevo. Aunque deseo gozar de la quietud del momento, abro la puerta. Entra como
una exhalación, apenas sí le veo la cara. Atropelladamente salen de su boca
palabras inconexas que no consigo entender. Con voz queda pregunta si quiero
compartir mi casa. No, mi refugio no, pienso. Antes de darme cuenta irrumpe por
todas partes, abriendo y cerrando puertas, cajones… La confusión me sacude. Llega
decidido a la cocina. Intuyendo su hambre le ofrezco algo de comer que no
rechaza. Devora. Ahora que por fin veo su cara le contesto que sí, después de
todo podría no ser tan mala idea. Se levanta resuelto y cuando ya está en el
umbral de la puerta me dice que se va, que solo había entrado para gozar de una
buena comida. Se aleja haciéndose cada vez más pequeño. Cierro los ojos y en mi
mente se forma con luz de neón una palabra. Bumerán.
!Qué bien, en tan poco lo dices todo!
ResponderEliminarMe ha encantado. Un beso.
Gracias, Maite, es un placer verte por aquí. Muchos besos.
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