16 abril 2015

El regreso

Pese a no tenerlas todas conmigo conseguí, por los pelos, coger el primer autobús de la mañana. Tenía tres largas horas por delante para pensar con serenidad y reconstruir las últimas doce horas vividas en Sabriles, la tierra que me vio nacer. Aún conservaba fresco el recuerdo de la última vez que la pisé. Tras padecer aquella noche aciaga, abandonamos apresuradamente el pueblo al alba para no volver. De eso hacía ya veintidós años.
Yo me enteré por casualidad. Supongo que por allí todos lo sabrían ya y sería la comidilla: Toñín, el mediano del Revezo, había regresado. Nadie sabía nada de mí ni conocían mi aspecto y, el mismo día que lo supe, sin pensármelo dos veces, me presenté en el pueblo. Ignoraba si sería capaz de reconocerle después de tanto tiempo, aunque esos ojos serían difíciles de olvidar. Esos ojos, ese olor, su aliento…
Estaba sentado en un taburete al final de la barra. Solo y cabizbajo. Antaño siempre iba en grupo fanfarroneando y pavoneándose. Se sorprendió cuando me senté junto a él y pedí dos cervezas.  Aceptó la que le ofrecí y seguimos bebiendo una tras otra hasta que le propuse subir hasta lo que allí se conoce como el mirador y que frecuentan las jóvenes parejas de la zona. La incesante lluvia caída días atrás había dejado todo el terreno del cañón embarrado y costaba caminar sin que se hundiese el calzado.
Acabó la película y el conductor del autobús puso la radio. Daban las noticias. Antonio Jimeno, condenado hacía dos décadas por la violación de una pequeña de doce años, había sido hallado muerto al pie de una pared rocosa bajo el mirador de Vierlato. Me puse los tapones en los oídos, recliné el respaldo del asiento y cerré los ojos.
Una hora después, al fin, estaba de regreso en casa. Antes de entrar me descalcé, no quería que la tierra seca, aún adherida a las suelas de mis zapatos, rayara el parqué.


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