27 abril 2015

Haciendo tiempo

Las veintitrés y nueve. Apenas han pasado cuatro minutos desde la última vez que pulsó el botón “Info” del mando a distancia para ver la hora en el televisor. Tumbado a lo ancho del sofá, con la cabeza apoyada en un par de cojines nuevos de Ikea y los pies descalzos sobresaliendo del reposabrazos, Raúl mira indiferente la lata que sostiene entre sus manos. Con el estómago vacío y a punto de apurar su cuarta cerveza, recuerda que tiene guardada en algún armario de la cocina una bolsa de pipas que compró hace unos días. Se lo piensa un momento pero, enseguida, consigue la fuerza de voluntad suficiente para levantarse, buscar las pipas junto a las malditas tijeras para abrir la bolsa y, además de algo para echar las cáscaras, coger una nueva lata de cerveza del frigorífico.
Deja todo sobre la mesa de centro y, a oscuras, tantea el asiento del sofá en busca del mando. De nuevo pulsa el botón donde sale marcada la cadena, el programa y lo que a él más le interesa, la hora. Las veintitrés y quince. Cada vez queda menos.
Ha cambiado tantas veces de cadena que ya no recuerda qué es lo que estaba viendo e inicia un nuevo recorrido saltando de una cadena a otra buscándolo. Ni idea de lo que era así que, hastiado, decide dejar un debate sobre política. Una absoluta falta de interés hace que su mente se disperse y divague libremente mientras sigue comiendo pipas y sorbiendo tragos de cerveza.
Recuerda que no hace mucho todo era distinto. Antes, un sábado por la noche como ese, siempre tenía a alguien con quien compartir su tiempo. Tenía muchos amigos que le llamaban para ir al cine, a un concierto o para ir a tomar algo. No le faltaban planes pero, sin darse cuenta, también siempre decía más veces que no a sus amigos. No podía quedar con ellos porque estaba tan ocupado, les decía, que le faltaban horas a sus días, convirtiendo la falta de tiempo en una asidua y machacona letanía y excusa. Uno detrás de otro, sus amigos fueron distanciando las llamadas hasta que el teléfono dejó de sonar definitivamente.
Amodorrado, oprime el botón del mando y comprueba con alivio que en el televisor ya marca la medianoche. El tiempo para él cada vez transcurre más despacio aunque, otro día más, por fin, ha llegado la hora de irse a la cama.

16 abril 2015

El regreso

Pese a no tenerlas todas conmigo conseguí, por los pelos, coger el primer autobús de la mañana. Tenía tres largas horas por delante para pensar con serenidad y reconstruir las últimas doce horas vividas en Sabriles, la tierra que me vio nacer. Aún conservaba fresco el recuerdo de la última vez que la pisé. Tras padecer aquella noche aciaga, abandonamos apresuradamente el pueblo al alba para no volver. De eso hacía ya veintidós años.
Yo me enteré por casualidad. Supongo que por allí todos lo sabrían ya y sería la comidilla: Toñín, el mediano del Revezo, había regresado. Nadie sabía nada de mí ni conocían mi aspecto y, el mismo día que lo supe, sin pensármelo dos veces, me presenté en el pueblo. Ignoraba si sería capaz de reconocerle después de tanto tiempo, aunque esos ojos serían difíciles de olvidar. Esos ojos, ese olor, su aliento…
Estaba sentado en un taburete al final de la barra. Solo y cabizbajo. Antaño siempre iba en grupo fanfarroneando y pavoneándose. Se sorprendió cuando me senté junto a él y pedí dos cervezas.  Aceptó la que le ofrecí y seguimos bebiendo una tras otra hasta que le propuse subir hasta lo que allí se conoce como el mirador y que frecuentan las jóvenes parejas de la zona. La incesante lluvia caída días atrás había dejado todo el terreno del cañón embarrado y costaba caminar sin que se hundiese el calzado.
Acabó la película y el conductor del autobús puso la radio. Daban las noticias. Antonio Jimeno, condenado hacía dos décadas por la violación de una pequeña de doce años, había sido hallado muerto al pie de una pared rocosa bajo el mirador de Vierlato. Me puse los tapones en los oídos, recliné el respaldo del asiento y cerré los ojos.
Una hora después, al fin, estaba de regreso en casa. Antes de entrar me descalcé, no quería que la tierra seca, aún adherida a las suelas de mis zapatos, rayara el parqué.


14 abril 2015

Regresión

Cuento hasta diez despacio y echo una mirada rápida a mí alrededor. Agudizo la vista. Nadie. Una vez más, la ansiedad se apodera de mí. Aparece de la nada. Intento pillarle pero se escapa. Llega a la pared y grita. ¡Por mí y por todos mis compañeros, por mí primero!

05 abril 2015

Que te vaya bonito

Golpean la puerta. En el interior la atmósfera es limpia y soleada, se respira armonía, serenidad. Aporrean de nuevo. Aunque deseo gozar de la quietud del momento, abro la puerta. Entra como una exhalación, apenas sí le veo la cara. Atropelladamente salen de su boca palabras inconexas que no consigo entender. Con voz queda pregunta si quiero compartir mi casa. No, mi refugio no, pienso. Antes de darme cuenta irrumpe por todas partes, abriendo y cerrando puertas, cajones… La confusión me sacude. Llega decidido a la cocina. Intuyendo su hambre le ofrezco algo de comer que no rechaza. Devora. Ahora que por fin veo su cara le contesto que sí, después de todo podría no ser tan mala idea. Se levanta resuelto y cuando ya está en el umbral de la puerta me dice que se va, que solo había entrado para gozar de una buena comida. Se aleja haciéndose cada vez más pequeño. Cierro los ojos y en mi mente se forma con luz de neón una palabra. Bumerán.