¡Corred,
corred! Fueron las últimas palabras que escucharon mis oídos bajo un estruendo ensordecedor.
Retroceder y refugiarse en la trinchera era nuestra única alternativa. Tan
cerca estuve de lograrlo que, cuando la bala taladró mi cerebro, la zanja acogió
mi cuerpo inerte. La oscuridad y el silencio se hicieron uno.
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