Pese a dedicar años a la preparación
de semejante empresa, las extremas condiciones a las que nos hemos tenido que
enfrentar nos han obligado a aflojar la marcha, retrasándonos notablemente.
Ochenta días, setenta y nueve para ser exactos, ha sido el tiempo que nos ha
llevado llegar a nuestro destino.
El ánimo con el que nos dispusimos a
afrontar las últimas ocho millas se convirtió pronto en decepción. Una tienda
oscura y pequeña plantada sobre el hielo y coronada con una bandera que, antes
de distinguir sus colores ya sabíamos a qué nación representaba, nos evidencia
que no hemos sido los primeros.
“Todo el
trabajo, todas las privaciones, toda la angustia, ¿para qué? Nada más que por
un sueño que ahora se ha derrumbado. Una simple ojeada nos revela todo. Los
noruegos nos han adelantado…”
Una carta hallada en el interior de
la tienda deja constancia al mundo del fracaso de la expedición Terra Nova, aun
así, antes de emprender el retorno, mis hombres y yo plantamos también nuestra
bandera e inmortalizamos con fotografías aquella gesta. Si no los primeros, sí éramos
los segundos en llegar al Polo Sur.
De regreso, varias tempestades con
temperaturas que rebasan los cuarenta grados bajo cero nos obligan a avanzar
con lentitud. Todos tenemos nuestras fuerzas mermadas por el frío y la
desnutrición, pero Evans es el que presenta mayor deterioro. Arrastra una
herida en una mano que no termina de curar y el frío le afecta más que a
ninguno. Diez días después de iniciar el descenso del glaciar Beardmore, Edgar
Evans fallece exhausto.
Aunque localizamos los depósitos
donde anteriormente dejamos provisiones para el viaje de regreso, estas son tan
escasas que la desnutrición se convierte, junto al frío, en nuestro mayor
desafío. Oates comienza a dolerse de un pie debido a una vieja herida. Poco
después, el día de su treinta y dos cumpleaños, con gangrena y casi paralizado
por congelación, nos anuncia que: “voy a
salir y posiblemente me quede algún tiempo”, abandonando la tienda en plena
ventisca y perdiéndose en la noche para siempre.
Su valiente y generoso sacrificio no ha
impedido que, tres días después, Bowers, Wilson y yo, quedemos bloqueados ante
una gran nevasca que nos impide el avance. Sin alimentos ni combustible, la
aventura llega a su fin.
“Todos los días estamos dispuestos a partir hacia nuestro depósito a 11
millas, pero a la entrada de la tienda persiste un remolino de nieve. No pienso
que podamos esperar nada mejor ahora. Perseveraremos hasta el final, pero nos
estamos debilitando, por supuesto, y el final no puede estar lejos. Es una
lástima, pero creo que no puedo escribir más. R. Scot. Por Dios cuida de
nuestra gente.”