Despierto de golpe y
sobresaltada. Sudorosa y confundida obligo a mi cerebro a situarme en el
espacio y en el tiempo. Cada vez viaja más al límite pero siempre consigue
volver. Me desperezo y me levanto de un salto. Después de calzarme y lavarme la
cara, me miro en el espejo y sonrió; lo hago por costumbre, reconocerme me
produce cierta seguridad. Sin embargo,
un rostro al otro lado fija su severa mirada sobre mí, un rostro que, aunque me
resulta extrañamente familiar, no logro identificar.
—¿Quién eres y en quién me has
convertido? —dice sin mover los labios. Sin tiempo para reaccionar y salir
corriendo, veo que se materializa en sus brazos un bebé regordete de no más de
doce o quince meses que me sonríe confiado.
—Dime, ¿te recuerdas? Has de
saber que es a ti completa a quien esperan tras el espejo, no lo olvides. A ti,
que estás al otro lado, a la pequeña que nunca debiste olvidar, y a la extraña
que te habla y que no eres más que lo que tú quieras que sea.
Un profundo y evocador olor a
Nivea lo inunda todo. Mis labios temblorosos pronuncian una palabra que exhala
sin freno desde lo más profundo de mi ser. —Perdón. Perdón —repito. Una lágrima
de nostalgia e insatisfacción, de las que escuecen, se escapa irremediablemente
deslizándose sobre mi mejilla hasta estrellarse contra el suelo.
A los lejos suena una música que,
aunque sutil al principio, comienza a hacerse cada vez más molesta. De nuevo
perdido en el espacio y en el tiempo, mi cerebro atormentado me urge a que
apague la alarma del despertador de una maldita vez. Ya en silencio, me levanto
de un salto, me calzo y, tras lavarme la cara, me miro en el espejo; lo hago
por costumbre, reconocerme me produce cierta seguridad. Quiero sonreír y no
puedo. Un fuerte olor a Nivea lo inunda todo.
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