15 febrero 2015

El deshielo

Hacía frío. La nevada caída la noche anterior dejó su huella en las estrechas calles haciéndolas casi impracticables. La tristeza seguía mordiéndole las entrañas pero, un día más, una llama liviana se obstinaba en quedar prendida en su ánimo álgido.
Se había sentido durante demasiado tiempo derrotado y ahora no era capaz de identificar lo que removía su anestesiado espíritu. Desde que ella se fuera hacía ya seis años, un monstruo cavernoso se desplomó llevándose por delante cualquier vestigio de emoción o sentimiento. Demasiadas noches vagando entre la penumbra por las angostas calles del centro de la ciudad persiguiendo nada y a nadie. Aislado de todo y de todos. Seducido por su desidia y abandono. Maldiciendo y compadeciéndose.
Días atrás, don Jesús le encargó que recogiera un abrigo nuevo que había mandado confeccionar en una prestigiosa sastrería. Los Lirios era el barrio más distinguido de la ciudad y llevaba años sin pasear por sus nobles calles. Claro que, nunca se le había perdido nada por allí. Pero él siempre hacía lo que le encargaba don Jesús.
La sastrería era algo más que un negocio selecto en un señorial edificio de finales del siglo XIX. Allí se daban cita los caballeros más respetables y pudientes de la alta sociedad. Le hicieron esperar unos minutos en una exquisita sala hasta que aparecieron con el flamante abrigo envuelto en una estilosa funda que lo protegía. Se lo entregó una mujer. No sabría decir si era alta o baja, morena o rubia, gorda o delgada. Sí recuerda que le sonrió. Recuerda su sonrisa.
Había vuelto al barrio de Los Lirios llevado por un impulso silente. Supo, en cuanto la vio, que ella era quien había prendido esa tenue luz que hacía días caldeaba su gélido espíritu. Le miró y sonrió. Ya no sentía frío.


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