¡Qué buenos años y cuántos buenos
recuerdos! No había cumplido aún los dieciocho cuando ingresó en la Facultad.
Estaba muy asustada aunque no más que un nutrido grupo de alumnos que, como
ella, habían dejado a sus familias y sus pueblos para ir a la gran ciudad a
estudiar.
Sus padres difícilmente habrían
podido afrontar tantos gastos. Es verdad que, de haber podido, tampoco entonces
veían necesario que su hija estudiara en la universidad. Para ellos, en
especial para su madre, ella era una niña tan preciosa que podría aspirar, no
ya solo a un buen partido, sino, al mejor. Su gran belleza le garantizaba una
vida sin preocupaciones ni penurias dedicada en exclusiva a cuidar de un marido
y criar unos hijos.
Fue su abuelo Teodoro el que, desde
que ella era muy niña y dio visos de gran inteligencia y curiosidad, fue
amasando en secreto una pequeña fortuna para sus estudios universitarios. Como
maestro de la escuela del pueblo, quería que su nieta estudiara una carrera y,
en cuanto tenía oportunidad, se lo decía: “Mariquilla, hazme caso, no aspires a
conquistar el mundo con tu belleza, embellece tu cerebro porque la belleza
exterior, al igual que un amante desleal, un buen día te abandonará sin
miramientos”.
Y así lo hizo. Se aplicó a conciencia
y sacó sus estudios de forma brillante. Durante esos años de preparación hizo
muchos amigos pero nunca quiso comprometerse con nadie porque, como le insistía
su abuelo: “Cuando llegue quien ha de llegar lo sabrás, Mariquilla, no pierdas
el tiempo en andanzas amorosas”.
Habían pasado décadas de esa época y
su vida transcurría apacible. Hasta que recibió la invitación para la reunión
de antiguos compañeros de promoción. Su primera reacción fue de enorme alegría
ante la perspectiva de volver a ver a todos sus viejos amigos. Minutos después,
sentada frente al espejo y con el viejo álbum sobre las piernas, acaricia cada una
de aquellas fotos que la devuelven al pasado y siente miedo. Sus ojos, su
sonrisa y su piel hacía tiempo que habían dejado de brillar. Como vaticinara su
abuelo, su belleza la abandonaba como un cruel e infiel amante. El miedo a
envejecer sola se precipitó arrollador sobre ella y, decepcionada, se pregunta
por qué el abuelo Teodoro, de eso, nunca le dijo nada.