Los ronquidos la desvelan. Tantea
en su bolso, rebusca en el minibar y, sigilosa, se desvanece entre la penumbra.
A diferencia de Alicante, que duplica su tamaño, Florencia se le antoja una
ciudad pequeña en la que poder callejear sin temor a perderse. Cruza la Plaza
de Santa Croce hasta alcanzar la fascinante fachada principal de la Basílica. Se
sienta en las escalinatas, abre un bote de cerveza y se enciende un cigarro.
«Demasiados inviernos junto a ti,
me marcho en busca de primaveras». Una nota sobre la almohada es más de lo que
se merece. Nunca antes había estado más despierta.