Espera
una llamada. Un nuevo lagrimón rebosante declina hasta la comisura de sus
labios humedeciéndolos. Suena el teléfono. «Salvatore no puede ver un nuevo
amanecer». Sereno, vierte la cebolla cortada en la cazuela, extrae su revólver
del tercer cajón y apaga el fuego. Los Fettuccine
alla Sorrentina tendrán que esperar.