23 mayo 2015

Abandono anunciado

¡Qué buenos años y cuántos buenos recuerdos! No había cumplido aún los dieciocho cuando ingresó en la Facultad. Estaba muy asustada aunque no más que un nutrido grupo de alumnos que, como ella, habían dejado a sus familias y sus pueblos para ir a la gran ciudad a estudiar.
Sus padres difícilmente habrían podido afrontar tantos gastos. Es verdad que, de haber podido, tampoco entonces veían necesario que su hija estudiara en la universidad. Para ellos, en especial para su madre, ella era una niña tan preciosa que podría aspirar, no ya solo a un buen partido, sino, al mejor. Su gran belleza le garantizaba una vida sin preocupaciones ni penurias dedicada en exclusiva a cuidar de un marido y criar unos hijos.
Fue su abuelo Teodoro el que, desde que ella era muy niña y dio visos de gran inteligencia y curiosidad, fue amasando en secreto una pequeña fortuna para sus estudios universitarios. Como maestro de la escuela del pueblo, quería que su nieta estudiara una carrera y, en cuanto tenía oportunidad, se lo decía: “Mariquilla, hazme caso, no aspires a conquistar el mundo con tu belleza, embellece tu cerebro porque la belleza exterior, al igual que un amante desleal, un buen día te abandonará sin miramientos”.
Y así lo hizo. Se aplicó a conciencia y sacó sus estudios de forma brillante. Durante esos años de preparación hizo muchos amigos pero nunca quiso comprometerse con nadie porque, como le insistía su abuelo: “Cuando llegue quien ha de llegar lo sabrás, Mariquilla, no pierdas el tiempo en andanzas amorosas”.
Habían pasado décadas de esa época y su vida transcurría apacible. Hasta que recibió la invitación para la reunión de antiguos compañeros de promoción. Su primera reacción fue de enorme alegría ante la perspectiva de volver a ver a todos sus viejos amigos. Minutos después, sentada frente al espejo y con el viejo álbum sobre las piernas, acaricia cada una de aquellas fotos que la devuelven al pasado y siente miedo. Sus ojos, su sonrisa y su piel hacía tiempo que habían dejado de brillar. Como vaticinara su abuelo, su belleza la abandonaba como un cruel e infiel amante. El miedo a envejecer sola se precipitó arrollador sobre ella y, decepcionada, se pregunta por qué el abuelo Teodoro, de eso, nunca le dijo nada.


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