10 enero 2017

La durmiente

Los ronquidos la desvelan. Tantea en su bolso, rebusca en el minibar y, sigilosa, se desvanece entre la penumbra. A diferencia de Alicante, que duplica su tamaño, Florencia se le antoja una ciudad pequeña en la que poder callejear sin temor a perderse. Cruza la Plaza de Santa Croce hasta alcanzar la fascinante fachada principal de la Basílica. Se sienta en las escalinatas, abre un bote de cerveza y se enciende un cigarro.

«Demasiados inviernos junto a ti, me marcho en busca de primaveras». Una nota sobre la almohada es más de lo que se merece. Nunca antes había estado más despierta.


Fin

«No podrá ser, mamá. Tal vez la próxima semana».

Cierra sus octogenarios ojos y musita para sí la nana con la que antaño les dormía y apaciguaba sus temores. Ninguno acudirá. Ninguno añadirá más al libro concluso que compone su vida y en el que solo ellos fueron protagonistas principales. En silencio, y con un leve suspiro como última palabra, culmina su obra en soledad.